Aprovechando la vorágine consumista del Black Friday me he comprado el pulsómetro más molón que me podía permitir de la marca que tengo situada como la mejor en pulsómetros, ni comparé precios, ni leí referencias, ni siquiera pregunté a los amigos que lo tienen, quería un pulsómetro y punto, acudí a la web de la sonrisa naranja y cliqué.
Hoy lo he recibido y como buen tecnófilo que soy, no lo he podido mantener ni 5 minutos en la caja, enseguida conectado y puesto a cargar, se acerca la hora de comer y hay que ir al rio a estrenarlo.
Navegando por la web del fabricante pincho en la sección de “Explorar” y veo un montón de rutas y pienso: “ya está, otra web de piques”.
Llega la hora de comer, me calzo las zapatillas y empiezo mi trote cochinero por el rio para disgusto de los que esperaban disfrutar de las vistas a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuando ya no puedo más, aprieto el mágico botón que hace que el pulsómetro se conecte a mi móvil y envíe los datos a la nube… ya lo revisaré en casa.