Así fue el primer ataque de ransomware de la historia

En la radio sonaba Like a prayer, de Madonna, y en los periódicos se hablaba de la caída del muro de Berlín como el inicio de una nueva Europa. La sonda ‘Voyager 2’ llegaba, entretanto, a Neptuno, después de 12 años vagando por el sistema solar, y un murciélago enmascarado combatía el crimen a golpe de gadget en los cines de medio mundo. Era 1989 y la nueva década asomaba vertiginosa, con el fin de la Guerra Fría como telón de fondo, pero una nueva lucha estaba a punto de librarse y se estaba gestando en la soledad de un despacho de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Historia del primer ransomware

Ahí, Joseph Popp, un biólogo evolutivo que participaba activamente en la investigación del sida, decidió apartar un momento su trabajo principal, en su oficina de Ginebra, para crear el primer ransomware de la historia. Solo que entonces esta clase de extorsión no se llamaba así, porque, entre otras cosas, ni había leyes para perseguir este tipo de delitos ni había un lugar del crimen propicio: en 1989, Internet era aún una red académica y el correo electrónico, algo muy minoritario. Ni siquiera Popp, doctor por la Universidad de Harvard, tenía verdadera vocación delictiva: se había pasado media vida estudiando a los babuinos hamadrya del África oriental y otra media asesorando a la OMS para crear un sistema informatizado de prevención del VIH.

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Hacia una asignatura de ciberseguridad en los colegios e institutos

Antes de la era digital, los principales peligros a los que se enfrentaban los niños tenían siempre el mismo sujeto: un extraño. No te vayas con extraños. No hables con extraños. No aceptes nada de extraños. Los extraños, en fin, eran muchos y variados, pero en el imaginario colectivo solían ser siempre el mismo tipo de persona: alguien desconocido.

Ciberseguridad en los colegios

Así, bastaba con no haberle visto nunca para detectar esa clase de peligro. Sabiendo eso, y mirando al cruzar, uno lo tenía casi hecho para empezar a andar en la vida, aunque todo lo demás le estuviera esperando a la vuelta de la esquina. Pero aquel mundo, preludio de Internet, era accesible: todo estaba a golpe de vista.

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¿El ‘baby boom’ de la ciberdelincuencia?

El pasado 15 de julio, algunos de los hombres más ricos del mundo sufrieron en Twitter un ataque repentino de generosidad. A través de un mismo mensaje, personalidades muy influyentes de la política y diferentes magnates ofrecieron un intercambio beneficioso para sus seguidores y para todo aquel que estuviese interesado. “Doblaré todos los pagos enviados a mi dirección bitcoin durante los próximos 30 minutos. Envías 1.000 dólares, te devuelvo 2.000”, garantizaban, por ejemplo, Bill Gates o Elon Musk en un tuit muy similar. Solo había un problema: que ni ellos ni el expresidente Barack Obama o el fundador de Amazon, Jeff Bezos, estaban al corriente de esa transacción.

Hacker

Sus cuentas habían sido suplantadas para llevar a cabo una gigantesca estafa, que si bien no recaudó lo esperado –los atacantes se hicieron con un botín virtual de unos 100.000 dólares (algo menos de 85.000 euros)–, sí que provocó un desfalco en la reputación de todo un gigante. Y eso que no era la primera vez que los ciberdelincuentes se colaban en la red social de Jack Dorsey; lo habían intentado, otras veces, y lo habían conseguido, pero nunca de esa forma y tampoco a esos niveles: hasta 130 perfiles se vieron comprometidos en este último ataque, que por lógica cabría atribuir a un grupo organizado de criminales. Y que fue obra, sin embargo, de un adolescente de 17 años aficionado al videojuego Minecraft.

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