Desde hace algún tiempo vengo observando en las redes sociales la extraña circunstancia en la que una persona como yo, 46 años y de apariencia normal, tiene “éxito” en las redes sociales. Me invitan a conectar mujeres de todas las nacionalidades conocidas, aparentemente despampanantes y que, en muchos casos, tienen conocidos reales en común.
Es una sensación extraña, lo cual me invita a investigar un poco dada mi condición de empleado de una compañía de ciberseguridad.




Las relaciones personales a través de Whatsapp crean situaciones de tensión y stress hasta ahora nunca vistas. El hecho de que enviemos un mensaje a alguien y no nos conteste aunque esté conectado o comprobemos que no le llega mediante el símbolo conocido del doble “check”, hace que imaginemos todo tipo de explicaciones desagradables. Celos y desconfianza surgen de inmediato y quien se siente vigilado, en ocasiones, recurre a los controles de privacidad para ocultar información al otro.