Hace ya más de cuatro años, allá por el año 2007 cuando se empezaron a expedir los primeros DNI electrónicos (DNIe) en España. Después de cuatro años ya disponemos de él más de 25.000.000 de españoles.
Nace ante la necesidad de otorgar identidad personal a los ciudadanos para su uso en la nueva sociedad interconectada por redes de telecomunicaciones. Es muy similar al anterior, sólo que ahora cuenta con un ‘chip’ que almacena nuestra información de forma cifrada.

Su finalidad es que podamos hacer gestiones de manera segura a través de medios telemáticos, asegurando la identidad de los participantes en cada comunicación. Asimismo debe incrementar la confianza del ciudadano ante las gestiones electrónicas y por tanto elevar el número de servicios prestados por estos medios. Son muchas las gestiones disponibles ya en la Administración que podemos realizar de forma telemática utilizando el DNIe y se espera que las entidades financieras lo adopten también cuando esté suficientemente desarrollado.


Sabemos que debemos usar mayúsculas, minúsculas, números y caracteres raros. Al aumentar el número de posibles elementos en nuestra clave elevamos el número de combinaciones posibles y así dificultamos a los sistemas automáticos el trabajo de hallar la combinación correcta. También debemos considerar la longitud, a mayor longitud mucha mayor robustez.
¿Cuál es el problema?
Las contraseñas nos protegen e identifican en cada vez más ámbitos de nuestra vida diaria. Y sabemos que los amantes de lo ajeno están muy especializados, que evolucionan rápidamente creando herramientas para evitar nuestras protecciones. Por tanto, ¿no sería conveniente mejorar nuestras contraseñas o al menos estar informados de su buen uso para ponérselo más difícil?